PARÍS, 24/10/15, 2015 - MARÍA IGNACIA ALCALÁ + JUAN PERAZA  /   PARIS241015@GMAIL.COM
París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza París, 24/10/15 - María Ignacia Alcalá + Juan Peraza
Entonces hablamos de la locuela, que Barthes describe como una "forma enfática del 'discursear' amoroso"...

 

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París, 24/10/15

Entonces hablamos de la locuela, que Barthes describe como una "forma enfática del 'discursear' amoroso", pero que nosotros vemos en todos lados. Son las conversaciones circulares y silentes que están en nuestra cabeza. Esas voces, nuestra propia voz desdoblada, atormentan, cansan; es difícil hacerlas parar.

Y entonces se nos ocurre: una carta. Escribiremos una carta para tratar de detener a una de nuestras locuelas; la que más gira, la que no termina de apagarse. Compramos unos sobres blancos y encontramos unas hojas, blancas también. Nada de rayas: que solo el borde, el fin de la hoja, nos limite.

Nos sentamos en un café, cerca de la oficina de correos que está abierta un sábado a esta hora. Nos sentamos afuera y no hace tanto frío: los dedos no nos duelen de tenerlos descubiertos. Escribimos y vertimos en papel lo que tanto hemos rumiado. Nos sorprendemos de cómo el viaje hasta la hoja cambia las palabras. A veces aparecen más pulidas, con los bordes redondeados, y otras veces son puntiagudas y llenas de colmillos. Se acaba el papel y nos toca cerrar, o arrancar una página de un cuaderno para extender un poco más el desahogo. Terminamos, aunque hubiésemos podido seguir. Doblamos, metemos, cerramos el sobre.

Temblamos, pero no tanto como hubiésemos imaginado. Cruzamos hasta la oficina de correos, y el semáforo que nos separa nos parece eterno.

Todo está listo, todo está en orden. Lanzamos (cada uno) el sobre dentro del buzón amarillo, y creemos escuchar el susurro cuando aterriza sobre facturas, postales, tarjetas de cumpleaños.

Se van las cartas. Se irán volando y rodando (deslizándose, también, quizás). Se van con las palabras que escribimos y que nunca llegarán a su destinatario. Porque adrede escribimos el nombre pero callamos la dirección. Porque las enviamos bien selladas, pero nunca dijimos dónde debían llegar. Porque hicimos un gesto inútil y liberador: sacamos las palabras de nuestra cabeza y las lanzamos al papel, al aire, al vientre del correo.



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París, 24/10/15
2015
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Gesto inútil y liberador: correspondencias sin destinatario.

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