LO QUE LLAMAS AMOR FUE INVENTADO POR TIPOS COMO YO PARA VENDER MEDIAS, 2015
MARC CAELLAS  /  
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 Barthes meets Don Draper
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No lo podía creer. Diana era una mujer invertida. Como una media al revés. Con la personalidad afuera y la apariencia por dentro. Nunca había visto una mujer invertida. La observé, perplejo, como paseaba su manera de ser por aquel restaurante, ligera de ropa. Llevaba un vestido corto que dejaba al descubierto tres fracasos amorosos y uno de personal: no haber terminado la carrera de periodismo. Los tres fracasos amorosos eran muy visibles, pero tenía repartidas otras historias redondas y pequeñas, todas parecidas, como pecas. Eran muy misteriosas. Se le veía también una huida en forma de viaje de trabajo y un proyecto de voluntariado social con el que nunca terminó de comprometerse, y se la marcaban algunas obsesiones domésticas que repasé con detalle, pero que ahora no vienen a cuento. Pronto supe que era la mujer de mi vida, porque era bastante simple y me parecía que tenía unos objetivos tan claros que los podías señalar con el dedo. Necesitaba una mujer así.  
 
Yo había leído Paralelo 42 hacía un año. Por eso me quedé en silencio cuando vi su ejemplar sobresaliendo del bolsillo de su uniforme de trabajo. Roger perdió otra ocasión de quedarse callado y soltó su típica broma. John Dos Passos, sí, ese escritor nómada que escribe sobre ciudadanos ocupados por entero con sus sensaciones y acosados por sus deseos, seres entregados con desesperación a la bebida y al sexo, como yo pensareis, hombres y mujeres sin ningún ancla al que aferrarse ante la deriva de sus vidas.  
 
Volví a ese restaurante y me senté en la barra. Le volví a preguntar si nos conocíamos de algo. Del otro día que viniste con tu amigo, respondió sarcástica. Le pedí un café, para ganar tiempo, confiando en que mi memoria me iba a responder, pero ella tomó las riendas. No siempre me gusta que mi amante marque el ritmo, pero en este caso me dejé llevar. Se quitó el delantal como otras se quitan el tanga y salió por la puerta de atrás. Aflojé el nudo de la corbata y la seguí. Apoyada en la pared, con un cigarrillo entre los dedos, era la viva imagen de la lujuria. Dejó caer el cigarrillo como otras dejan caer el sostén y me besó. Mejor dicho, me mordió la boca. Fue como si me hubiera mordido la polla. Tuvo el mismo efecto. Le levanté la falda y lo hicimos allí mismo, en ese pasillo hediondo, sin importarnos quien pudiera salir o entrar por ahí.  
 
Soy consciente de que enamorarse de una camarera da pocos puntos en la liga de campeones de la pasión. Pero os aseguro que ella transmitía otra energía. Había algo en ella que me recordaba a otra mujer, imposible saber a cuál. Había algo que hacía pensar en una larga carretera, un Cadillac solitario y un brazo sobre su espalda, una mano encima de su hombro. Era una imagen bonita, reconocedlo.  
 
Regresé al día siguiente. Antes de ni siquiera poder saludarla ya me dijo, de mala manera, que lo del callejón no volvería a repetirse. No todo va a ser follar, pensé, también habrá que contarse los sueños. Y eso fue lo que hice. Le conté mi sueño en el que aparecía esta mujer, Rachel, que por alguna razón me hace pensar en ella. Rachel está muerta y tú estás demasiado viva. No se lo dije así, pero ese era el subtexto. Ella se mantuvo imperturbable. Dijo frases que sólo puede decir una camarera que lee a Barthes. Quizás sueñas con ella siempre. Quizás. Cuando alguien muere todos los sentimientos se mezclan. Tal vez. Para a continuación regalarme un consejo sorprendente: la próxima vez que vuelvas trae una chica, yo sólo trabajo aquí. Y yo sólo quiero sentarme en este incómodo taburete mientras tú te mueves por el escenario, bajo estos neones, y con este uniforme insinuante.  
 
Luego me quedé un rato pensando si esto era todo, como cantaba Peggy Lee en la radiola. No podía ser que mi historia con Diana se redujera a tres visitas a su restaurante y a un quicky en la parte de atrás ¿Es esto todo, ¿Diana? Creí que podríamos darnos una oportunidad. No me conocía, pero era como si, para ella, yo también fuera invertido, y en lugar de ver mi chaqueta y peinado impecables, se fijara en mi lista de amantes del pasado. No le iba a decir que cambié, ¿es posible cambiar?, pero sí le hubiera asegurado que lo dejaría todo y me subiría a ese auto que veíamos aparcado ahí fuera y la llevaría a ver el mar. En ese preciso momento. Esto era todo. 

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Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias.
2015
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